jueves, 21 de febrero de 2008

El mate

Este texto me lo envió hace un tiempo una amiga. Siempre lo guardé porque me gustó mucho y en el tiempo en que lo leí por primera vez me había emocionado porque yo vivía lejos de mi país pero ahora lo releo y también me emociono un poco, así que no era la distancia, nomás, la culpable de esa emoción.
El mate.
El mate no es una bebida, corazones de otro barrio. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En este país nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse. El mate es exactamente lo contrario de la televisión. Te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás sola. Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es "hola" y la segunda "¿unos mates?". Esto pasa en todas las casas. En la de los ricos y en la de los pobres. Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros. Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian o se drogan. Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara. Peronistas y radicales ceban mate sin preguntar. En verano y en invierno. Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos. Los buenos y los hijos de puta.
Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando te pide. Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís un orgullo enorme cuando un esquenuncito de tu sangre empieza a chupar mate. Se te sale el corazón del cuerpo. Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón. Cuando conocés a alguien por primera vez, te tomás unos mates. La gente pregunta, cuando no hay confianza: ¿Dulce o amargo? El otro responde: -Como tomes vos. Los teclados de Argentina tienen las letras llenas de yerba. La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas. Y si un día no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie. Éste es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular. Nada de pantalones largos, circuncisión, universidad o vivir lejos de los padres. Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. No es casualidad. No es porque sí. El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es porque ha descubierto que tiene alma. O está muerto de miedo, o está muerto de amor, o algo: pero no es un día cualquiera. Ninguno de nosotros nos acordamos del día en que tomamos por primera vez un mate solos. Pero debe haber sido un día importante para cada uno. Por adentro hay revoluciones.
El sencillo mate es nada más y nada menos que una demostración de valores... Es la solidaridad de bancar esos mates lavados porque la charla es buena, la charla, no el mate. Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, vos hablás mientras el otro toma y viceversa. Es la sinceridad para decir: basta, cambiá la yerba! Es el compañerismo hecho momento. Es la sensibilidad al agua hirviendo. Es el cariño para preguntar, estúpidamente, ¿está caliente, no? Es la modestia de quien ceba el mejor mate. Es la generosidad de dar hasta el final. Es la hospitalidad de la invitación. Es la justicia de uno por uno. Es la obligación de decir "gracias", al menos una vez al día. Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir. Ahora vos sabés, un mate no es sólo un mate... Calentás el agua??

viernes, 8 de febrero de 2008

Los viajes

Recientemente estuve de viaje, otra vez. Había llegado un momento en que me había cansado de viajar. Ahora me parece mentira, pero así fue. En algún momento tuve ganas de dejar de viajar o en todo caso, de tener a dónde volver cada vez que viajaba, porque sentía que adonde llegara no estaba llegando nunca a casa. Pero en fin, de esto fue hace ya un tiempo. Ahora, que tengo a dónde volver, me gusta irme. Todo me gusta de irme: desde preparar qué llevar (cada vez me gusta llevar menos, virtud que me quedó de tanto tener que sacar cosas de la valija para no pagar sobrepeso de equipaje) hasta, incluso, levantarme a la madrugada para partir. Porque lo que más me gusta de los viajes es viajar de noche, salir cuando todavía hay estrellas en el cielo y ver cómo progresivamente se trasforma el cielo, la ruta y el campo (si hablamos de viajar en mi país, hablamos de atravesar campo). Algo de esto se ve en la peli Cars, la mejor, para mí, es la parte donde el camión traslada a Rayo Mc Queen hasta California: salen de noche de una gran ciudad que va quedando atrás de a poco, y a medida que transcurren las horas van atravesando diferentes paisajes a distintas horas del día, está muy bien logrado, como que quien lo hizo sabe muy bien de qué se trata viajar. De los viajes me gusta todo: los carteles de empresas desconocidas, las patentes distintas, los nombres de lugares nunca antes oídos, las tonadas diferentes, el olor del aire que es otro en cada lugar, los rincones en los que nunca había estado y a los que nunca volveré. Y me gusta, como ya lo dije, tener dónde volver.